viernes, 29 de julio de 2016

Los mismos

Me enseñaron el parque con orgullo. “Allí estaban cuando los sacamos”, y me tocó callar porque en tierra extraña –también en la conocida ocurre- los migrantes a menudo estamos condenados al silencio. Luego vino lo peor: “Ustedes no son iguales a esos del Arbolito, ustedes sí regresan”.
La frase retumba hasta ahora en mi cabeza y para no morir de un aneurisma siento la inmensa necesidad de gritarle al mundo ¡Basta ya, estupidez humana, los cubanos en todos lados somos los mismos!
El amor a la patria y el sentido de pertenencia a la nación se van con uno a dondequiera, junto a la idiosincrasia que como cubanos nos distingue, y estos no guardan relación con afiliaciones políticas. Se puede amar a Cuba sin ser afín a la Revolución.
En adición, me atrevo a afirmar que tanto los cubanos residentes en la isla como los que viven en Estados Unidos, Australia, Sudáfrica, Irlanda, Corea del Sur y demás lugares donde han hallado cobijo, movemos los pies al escuchar la conga o el ritmo de Van Van, nos deleitamos ante un plato de arroz, frijoles negros, huevo frito y platanitos bien maduros, amarillitos. Lo mismo nos ocurre con el pan con aguacate acompañado de un batido de zapote o de mango.
Los que viven afuera al pasar por una tienda y ver ropa en promoción piensan en comprársela a alguien que dejaron en el otro lado del mar. Es solo cobrar y correr a enviar dinero a través de la Western Union para que los padres, hermanos e hijos puedan comer un bistec de cerdo al menos en el almuerzo de los domingos.
Dicharachos, bailar casino y reggaetón, chistes picantes, sensualidad, caldosa, el juego de dómino y reírse de los problemas forman parte de las fiestas en las dos orillas. En ambas salas se exhiben fotos de familia.
Me resulta injusto y hasta ilógico que en Ecuador, un país que vio partir a tantos de los suyos a España e Italia debido a la dolarización en el año 2000, existan personas felices con la deportación de mis coterráneos y encima incapaces de preguntarse por qué muchos cubanos no quieren vivir en la isla.
Bien es cierto que con la migración ha venido lo bueno, lo malo y lo regular. Hay quien llegó a la mitad del mundo a trabajar y quien vino a hacer negocios ilícitos, pero al final no deberían pagar justos por pecadores.





Yo solo me pregunto dónde duermen ahora los cubanos deportados que vendieron sus casas y pertenencias para llegar a Ecuador y más allá, mientras alguien por ahí sigue pensando que no somos los mismos.


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