Me enseñaron
el parque con orgullo. “Allí estaban cuando los sacamos”, y me tocó callar
porque en tierra extraña –también en la conocida ocurre- los migrantes a menudo
estamos condenados al silencio. Luego vino lo peor: “Ustedes no son
iguales a esos del Arbolito, ustedes sí regresan”.
La frase
retumba hasta ahora en mi cabeza y para no morir de un aneurisma siento la
inmensa necesidad de gritarle al mundo ¡Basta ya, estupidez humana, los cubanos
en todos lados somos los mismos!
El amor a la
patria y el sentido de pertenencia a la nación se van con uno a dondequiera,
junto a la idiosincrasia que como cubanos nos distingue, y estos no guardan relación
con afiliaciones políticas. Se puede amar a Cuba sin ser afín a la Revolución.
En adición, me
atrevo a afirmar que tanto los cubanos residentes en la isla como los que viven
en Estados Unidos, Australia, Sudáfrica, Irlanda, Corea del Sur y demás lugares
donde han hallado cobijo, movemos los pies al escuchar la conga o el ritmo de Van
Van, nos deleitamos ante un plato de arroz, frijoles negros, huevo frito y platanitos
bien maduros, amarillitos. Lo mismo nos ocurre con el pan con aguacate
acompañado de un batido de zapote o de mango.
Los que viven afuera al pasar por una tienda y ver ropa en promoción
piensan en comprársela a alguien que dejaron en el otro lado del mar. Es solo
cobrar y correr a enviar dinero a través de la Western Union para que los padres,
hermanos e hijos puedan comer un bistec de cerdo al menos en el almuerzo de los
domingos.
Dicharachos, bailar casino y reggaetón, chistes picantes, sensualidad, caldosa, el juego de dómino y reírse de los problemas forman parte de las
fiestas en las dos orillas. En ambas salas se exhiben fotos de familia.
Me resulta
injusto y hasta ilógico que en Ecuador, un país que vio partir a tantos de los
suyos a España e Italia debido a la dolarización en el año 2000, existan
personas felices con la deportación de mis coterráneos y encima incapaces de
preguntarse por qué muchos cubanos no quieren vivir en la isla.
Bien es
cierto que con la migración ha venido lo bueno, lo malo y lo regular. Hay quien
llegó a la mitad del mundo a trabajar y quien vino a hacer negocios ilícitos,
pero al final no deberían pagar justos por pecadores.
Yo solo me
pregunto dónde duermen ahora los cubanos deportados que vendieron sus casas y
pertenencias para llegar a Ecuador y más allá, mientras alguien por ahí sigue
pensando que no somos los mismos.
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