¿Alguna vez se han leído Ventajas
de viajar en tren, de Antonio Orejudo Ultrilla? Esta historia solo comparte
con la novela de ficción el título, pues sus pasajeros no viajan cómodos en un
tren a gran velocidad. Partieron un 5 de agosto a las 7:20 a.m. con destino a
Santa Clara, debían arribar doce horas después, pero algo les pasó…
Como en casi todos los recorridos del tren regular hay una
ruptura que atrasa la llegada, lo descubrimos mi hermana y yo cuando en las
vacaciones pasadas quisimos visitar Ciego de Ávila sirviéndonos del abaratado y
destartalado medio de transporte.
Partimos del ferrocarril santiaguero llenas de optimismo,
como exige el espíritu aventurero, gracias al cual no nos deprimimos ante las condiciones
del baño. Nos acompañaron dos parejas en el cubículo, una matancera y otra
avileña. Compartimos el olor a hierro, el chacachacachaca constante de la
locomotora, una gallina en salsa, arroz, dos panqués, bocaditos, agua y
refresco.
A las cuatro de la tarde, justo tres horas antes de arribar
a Ciego, la máquina se detuvo y la ferromoza anunció “Gente, relájense que esto
se paró, siempre nos rompemos en Camagüey.” La gente comenzó a descender y
caminar por los alrededores en busca de comida, aparecieron panes con pasta y
hamburguesa junto a bolsas de yogurt de soya.
De momento, la chica avileña empezó a convulsionar, todo su
cuerpo se estremecía en un ataque de epilepsia. Entre todos la sujetamos, el
esposo tomó su cabeza y le atravesó un paño en la boca. La matancera gritaba
pidiendo un algodón con alcohol, alguien desde otro vagón lo trajo. Cuando la
avileña volvió en sí varias pasajeros se acercaron a preguntarle cómo se
sentía.
He ahí las ventajas de viajar en tren cubano: haces amigos,
siempre alguien te cuida o se preocupa por ti, compartes lo poco que tienes y
descubres nuevas vivencias, aunque llegues cinco horas después de lo previsto
al punto de arribo.
María de las Mercedes
Rodríguez Puzo
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