Una hora 49 minutos, Pilar y Antonio frente a mí. En medio de la noche, ella recoge sus cosas. Nerviosa, levanta al niño de ocho años, toma el bus hacia la casa de su hermana y al llegar llora porque salió en pantuflas, no se puso zapatos. Ana descubre la razón de su huida, el cuñado abusa física y psicológicamente de la hermana.
Antonio la busca y poco a poco logra la reconciliación,
promete que cambiará, incluso comienza una terapia. Durante un momento de
intimidad, Pilar se entrega apasionada y le dice “Te doy mis ojos”. Pasa el
tiempo y de nuevo reaparece el ciclo de la violencia. El hombre intenta luchar
contra sus impulsos, mas no puede. Vienen las miradas agresivas, los gritos,
los celos, hasta que la desnuda e intenta ahorcarla en el balcón del edificio, humillándola
públicamente.
Cuando Pilar va a denunciarlo, el policía le pregunta: ¿la
golpeó?, ¿la violó? Ella contesta: “No, lo ha roto todo”. Logra dejar a su
esposo, pero las heridas seguirán, casi ha perdido la visión de un ojo.
Una hora 49 minutos dura la trama de este filme español del
año 2003, dirigido por Icíar Bollaín. El tiempo en pantalla resulta breve para la
década de maltratos vividos por la joven. Quizás usted haya visto la película,
pues la han pasado varias veces por la televisión. ¿Lloró al verla?, ¿se enojó?,
¿juzgó a Pilar por volver con Antonio?, ¿le recordó alguna vivencia personal o
a alguien en la misma situación?
Cualquiera que haya sido su reacción, le invito hoy a
reflexionar sobre la violencia contra la mujer, fenómeno que según la Organización de
Naciones Unidas han sufrido de alguna forma el
35% de las féminas y las niñas, y en algunos países la cifra asciende al
70%.
¡Ay, la culpa!
“Hay quienes intentan hasta justificar la postura agresiva
masculina: está frustrado, cometió muchos errores. O culpabilizan la actitud
pasiva de ella: se deja intimidar, es demasiado sumisa, por qué lo aguanta.
Siempre se intenta bosquejar una “genealogía del crimen”, una historia familiar
violenta, en la cual aparezcan antecedentes ofensivos en la vida de algunos de
los implicados: a alguien o algo hay que echarle la culpa.
“Apreciaciones y juicios de valor son variados y frecuentes.
Más allá de los aparentes motivos usuales como celos, ansias de control,
inseguridad, desconfianza, dependencia, entre otros, especialistas en el tema
insisten en que, aún si existen coincidencias en las características de los
verdugos-autoritarios, inseguros, celosos y agresivos, es inexacto determinar
un patrón condicionado directamente por la marginalidad, el nivel cultural y
económico.”, defiende mi colega Mayra García, periodista del semanario
Guerrillero.
En cuanto a la actitud de las féminas que soportan
situaciones violentas, se dice que creen en el amor romántico y en el cambio de
sus parejas, presentan una baja autoestima, están condicionadas por la
dependencia económica y los prejuicios de ser una mujer divorciada y madre
soltera, junto al temor y la vergüenza tras denunciar una agresión.
Lo que no se ve
Con frecuencia se visualiza la violencia como la agresión
física: golpear, apuñalar, quemar, asesinar; difícilmente se asocia a otras acciones
igual dañinas, dígase empujar, dejar de hablar, escupir, gritar, sacudir,
insultar, discriminar, negar el sustento básico económico, y prohibir las
relaciones con determinadas personas o salir a trabajar.
La lista se amplía si incluimos situaciones que a fuerza de
cotidianidad se tornan normales y se naturalizan, dos ejemplos: Conozco mujeres
que no se cortan el pelo ni usan ciertas ropas porque sus conyugues no se lo
permiten. En una ocasión, una chica me comentó que estaba intentando quedar
embarazada desde hacía varios años, el marido –ansioso de ser padre- llevaba
bien la cuenta de sus días fértiles y la obligaba a tener sexo aún sin ella
desearlo.
Pero la violencia trasciende del ámbito de la pareja, cuando
se le niega una plaza laboral o un cargo directivo a una fémina porque tiene
hijos, puede embarazarse, y se justifica que no podrá llevar con eficacia la
casa y el trabajo. Muchas amas de casa al no contar con ingresos económicos
propios quedan limitadas a lo que reciben de sus familiares y sus voces se silencian,
pues tristemente se piensa que “el de la plata, manda”, en sumatoria no reciben
apoyo en las tareas domésticas ni ante las iniciativas de superación y búsqueda
de ocupación laboral.
También se escuchan historias alarmantes de hijos que
golpean a sus madres en estado de embriaguez y sobrios. Sin embargo, hay una
manifestación de violencia –me atrevo a catalogarla como social- que ocurre a
diario ante nuestras narices, me refiero a las groserías que lanzan algunos
hombres a mujeres y niñas en la vía pública a “modo de piropo”. Frases
lacerantes, peyorativas y lascivas atraviesan a las féminas, quienes optan por
seguir sordas su camino o devolverle un improperio a los blasfemos. Lo más
triste es que en la mayoría de los casos estos hombres tienen un quórum
riéndole la monada.
Hora de actuar
Cualquiera sea la manifestación de violencia constituye una
violación a los derechos humanos y debemos combatirla. La legislación cubana
reconoce la igualdad entre hombres y mujeres como norma constitucional y, en el
Código de Familia de 1975 se establecen deberes y derechos equitativos entre
los cónyuges.
El Código Penal o Ley Nro. 62 de 29 de diciembre de 1987,
juzga los actos de violencia si provocan lesiones visibles que requieran
atención médica y si media una denuncia previa. Además, la legislación regula
de forma genérica los atentados contra la mujer evidentes en los delitos de
lesiones, privación ilegal de libertad, amenazas, coacción, violación, ejercicio
arbitrario de derechos, aborto ilícito, pederastia, abusos lascivos,
proxenetismo y trata de personas, ultraje sexual, incesto, estupro, corrupción
de menores, venta y tráfico, entre otros.
También se puede acudir a los Tribunales de Familia,
implementados en el 2008, en los que se incluye el apoyo de un equipo
multidisciplinario de especialistas, la escucha de los menores, la conciliación
entre las partes y la participación de los abuelos, permitiendo identificar
casos de violencia de género durante los procesos de familia y trasladarlos a
la vía penal.
El Día Internacional
de Lucha contra la Violencia
hacia la Mujer
está instituido cada 25 de noviembre, en conmemoración del asesinato de las
hermanas Mirabal por órdenes del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo
en 1960. Sin embargo, no ha de ser la única fecha para ser empáticos con las
víctimas del fenómeno y tomar cartas en el asunto.
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