martes, 24 de noviembre de 2015

Una hora 49 minutos


Una hora 49 minutos, Pilar y Antonio frente a mí. En medio de la noche, ella recoge sus cosas. Nerviosa, levanta al niño de ocho años, toma el bus hacia la casa de su hermana y al llegar llora porque salió en pantuflas, no se puso zapatos. Ana descubre la razón de su huida, el cuñado abusa física y psicológicamente de la hermana.


Antonio la busca y poco a poco logra la reconciliación, promete que cambiará, incluso comienza una terapia. Durante un momento de intimidad, Pilar se entrega apasionada y le dice “Te doy mis ojos”. Pasa el tiempo y de nuevo reaparece el ciclo de la violencia. El hombre intenta luchar contra sus impulsos, mas no puede. Vienen las miradas agresivas, los gritos, los celos, hasta que la desnuda e intenta ahorcarla en el balcón del edificio, humillándola públicamente.
Cuando Pilar va a denunciarlo, el policía le pregunta: ¿la golpeó?, ¿la violó? Ella contesta: “No, lo ha roto todo”. Logra dejar a su esposo, pero las heridas seguirán, casi ha perdido la visión de un ojo.
Una hora 49 minutos dura la trama de este filme español del año 2003, dirigido por Icíar Bollaín. El tiempo en pantalla resulta breve para la década de maltratos vividos por la joven. Quizás usted haya visto la película, pues la han pasado varias veces por la televisión. ¿Lloró al verla?, ¿se enojó?, ¿juzgó a Pilar por volver con Antonio?, ¿le recordó alguna vivencia personal o a alguien en la misma situación?
Cualquiera que haya sido su reacción, le invito hoy a reflexionar sobre la violencia contra la mujer, fenómeno que según la Organización de Naciones Unidas han sufrido de alguna forma el  35% de las féminas y las niñas, y en algunos países la cifra asciende al 70%.
¡Ay, la culpa!
“Hay quienes intentan hasta justificar la postura agresiva masculina: está frustrado, cometió muchos errores. O culpabilizan la actitud pasiva de ella: se deja intimidar, es demasiado sumisa, por qué lo aguanta. Siempre se intenta bosquejar una “genealogía del crimen”, una historia familiar violenta, en la cual aparezcan antecedentes ofensivos en la vida de algunos de los implicados: a alguien o algo hay que echarle la culpa.
“Apreciaciones y juicios de valor son variados y frecuentes. Más allá de los aparentes motivos usuales como celos, ansias de control, inseguridad, desconfianza, dependencia, entre otros, especialistas en el tema insisten en que, aún si existen coincidencias en las características de los verdugos-autoritarios, inseguros, celosos y agresivos, es inexacto determinar un patrón condicionado directamente por la marginalidad, el nivel cultural y económico.”, defiende mi colega Mayra García, periodista del semanario Guerrillero.
En cuanto a la actitud de las féminas que soportan situaciones violentas, se dice que creen en el amor romántico y en el cambio de sus parejas, presentan una baja autoestima, están condicionadas por la dependencia económica y los prejuicios de ser una mujer divorciada y madre soltera, junto al temor y la vergüenza tras denunciar una agresión.
Lo que no se ve
Con frecuencia se visualiza la violencia como la agresión física: golpear, apuñalar, quemar, asesinar; difícilmente se asocia a otras acciones igual dañinas, dígase empujar, dejar de hablar, escupir, gritar, sacudir, insultar, discriminar, negar el sustento básico económico, y prohibir las relaciones con determinadas personas o salir a trabajar.
La lista se amplía si incluimos situaciones que a fuerza de cotidianidad se tornan normales y se naturalizan, dos ejemplos: Conozco mujeres que no se cortan el pelo ni usan ciertas ropas porque sus conyugues no se lo permiten. En una ocasión, una chica me comentó que estaba intentando quedar embarazada desde hacía varios años, el marido –ansioso de ser padre- llevaba bien la cuenta de sus días fértiles y la obligaba a tener sexo aún sin ella desearlo.
Pero la violencia trasciende del ámbito de la pareja, cuando se le niega una plaza laboral o un cargo directivo a una fémina porque tiene hijos, puede embarazarse, y se justifica que no podrá llevar con eficacia la casa y el trabajo. Muchas amas de casa al no contar con ingresos económicos propios quedan limitadas a lo que reciben de sus familiares y sus voces se silencian, pues tristemente se piensa que “el de la plata, manda”, en sumatoria no reciben apoyo en las tareas domésticas ni ante las iniciativas de superación y búsqueda de ocupación laboral.
También se escuchan historias alarmantes de hijos que golpean a sus madres en estado de embriaguez y sobrios. Sin embargo, hay una manifestación de violencia –me atrevo a catalogarla como social- que ocurre a diario ante nuestras narices, me refiero a las groserías que lanzan algunos hombres a mujeres y niñas en la vía pública a “modo de piropo”. Frases lacerantes, peyorativas y lascivas atraviesan a las féminas, quienes optan por seguir sordas su camino o devolverle un improperio a los blasfemos. Lo más triste es que en la mayoría de los casos estos hombres tienen un quórum riéndole la monada.
Hora de actuar
Cualquiera sea la manifestación de violencia constituye una violación a los derechos humanos y debemos combatirla. La legislación cubana reconoce la igualdad entre hombres y mujeres como norma constitucional y, en el Código de Familia de 1975 se establecen deberes y derechos equitativos entre los cónyuges.
El Código Penal o Ley Nro. 62 de 29 de diciembre de 1987, juzga los actos de violencia si provocan lesiones visibles que requieran atención médica y si media una denuncia previa. Además, la legislación regula de forma genérica los atentados contra la mujer evidentes en los delitos de lesiones, privación ilegal de libertad, amenazas, coacción, violación, ejercicio arbitrario de derechos, aborto ilícito, pederastia, abusos lascivos, proxenetismo y trata de personas, ultraje sexual, incesto, estupro, corrupción de menores, venta y tráfico, entre otros.
También se puede acudir a los Tribunales de Familia, implementados en el 2008, en los que se incluye el apoyo de un equipo multidisciplinario de especialistas, la escucha de los menores, la conciliación entre las partes y la participación de los abuelos, permitiendo identificar casos de violencia de género durante los procesos de familia y trasladarlos a la vía penal.
El Día Internacional de Lucha contra la Violencia hacia la Mujer está instituido cada 25 de noviembre, en conmemoración del asesinato de las hermanas Mirabal por órdenes del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo en 1960. Sin embargo, no ha de ser la única fecha para ser empáticos con las víctimas del fenómeno y tomar cartas en el asunto.
En la gran pantalla la violencia puede recrearse y extenderse una hora 49 minutos y hasta desenlazar en un final feliz, pero en la realidad, frente a nosotros, una mujer puede perderlo todo en menos tiempo.

María de las Mercedes Rodríguez Puzo

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