Felices es el mejor adjetivo para
describir el estado de aquellas locas mientras buscaban alimentos de aquí para
allá. El niño las observaba inquieto, le molestaba la armonía del hormiguero,
ese buen vivir en comunidad. Llamó a su amigo y le dijo “Juguemos a la guerra”.
Hojas blancas de papel comenzaron a
plegarse en sus manitas, tomaban formas bélicas: aviones, fusiles, piezas de
mortero, antiaéreas y cañones antitanques.
Las hormigas sintieron su presencia.
“¿Qué harán los pequeños?”, se preguntó la más anciana al verlos ensimismados y
callados en su laboriosidad. “Están raros, siempre armando alboroto por cuanto
ocurre a su alrededor, y justo hoy, en silencio”. El instinto de la longeva no
falló.
Con habilidad de legionarios, los niños
capturaron a los insectos, unos 450 000 arrebatados al hormiguero. Quedaron en
soledad y desesperación los que no podían luchar, abandonados en la oscura
pregunta “¿regresarán nuestros hijos, nuestros hermanos, padres, esposos,
nuestros amados, regresarán?”.
Las esclavas volaban por el aire en
aviones de papel, mareadas, sofocadas, nerviosas. Aterrizaron en una tierra
extraña, bien lejos de la suya, rodeadas de todo tipo de peligros y
depredadores. Fango, sangre, el ruido ensordecedor de las minas, malaria,
insomnio, pánico. El olor de la muerte las cubrió. Cada instante en posición de
combate, sin poder dormir, sin saber quién es realmente el enemigo, ¿está al
frente en el campo de batalla o simula pelear entre nosotros?
Cuando los niños se cansaron de jugar,
decidieron perdonarles la vida a las sobrevivientes. Más de 2 600 hormigas
quedaron en aquella tierra ajena, las otras tomaron el camino a casa, mas nunca
volvieron. Solo llegó su recuerdo, acompañado de sombras de formícidos
felices.
El juego acabó para los pequeños,
pero la gran batalla comenzó en el hormiguero: cómo superar la ausencia de los
caídos, cómo recuperarse de las heridas. Las pesadillas, el insomnio, el temor
ante cualquier ruido, los cuerpos mutilados, el nerviosismo constante y la
demencia siguen allí.
Los chicos ya dejaron atrás sus
travesuras infantiles, son adultos de sueño pesado que olvidaron haber sido
dioses alguna vez; las hormigas no lo saben y siempre se preguntan si los niños
volverán a jugar a la guerra.
María de las Mercedes Rodríguez Puzo
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