viernes, 6 de noviembre de 2015

Juguemos a la guerra



Felices es el mejor adjetivo para describir el estado de aquellas locas mientras buscaban alimentos de aquí para allá. El niño las observaba inquieto, le molestaba la armonía del hormiguero, ese buen vivir en comunidad. Llamó a su amigo y le dijo “Juguemos a la guerra”.

Hojas blancas de papel comenzaron a plegarse en sus manitas, tomaban formas bélicas: aviones, fusiles, piezas de mortero, antiaéreas y cañones antitanques.
Las hormigas sintieron su presencia. “¿Qué harán los pequeños?”, se preguntó la más anciana al verlos ensimismados y callados en su laboriosidad. “Están raros, siempre armando alboroto por cuanto ocurre a su alrededor, y justo hoy, en silencio”. El instinto de la longeva no falló.
Con habilidad de legionarios, los niños capturaron a los insectos, unos 450 000 arrebatados al hormiguero. Quedaron en soledad y desesperación los que no podían luchar, abandonados en la oscura pregunta “¿regresarán nuestros hijos, nuestros hermanos, padres, esposos, nuestros amados, regresarán?”.
Las esclavas volaban por el aire en aviones de papel, mareadas, sofocadas, nerviosas. Aterrizaron en una tierra extraña, bien lejos de la suya, rodeadas de todo tipo de peligros y depredadores. Fango, sangre, el ruido ensordecedor de las minas, malaria, insomnio, pánico. El olor de la muerte las cubrió. Cada instante en posición de combate, sin poder dormir, sin saber quién es realmente el enemigo, ¿está al frente en el campo de batalla o simula pelear entre nosotros?
Cuando los niños se cansaron de jugar, decidieron perdonarles la vida a las sobrevivientes. Más de 2 600 hormigas quedaron en aquella tierra ajena, las otras tomaron el camino a casa, mas nunca volvieron. Solo llegó su recuerdo, acompañado de sombras de formícidos felices.
El juego acabó para los pequeños, pero la gran batalla comenzó en el hormiguero: cómo superar la ausencia de los caídos, cómo recuperarse de las heridas. Las pesadillas, el insomnio, el temor ante cualquier ruido, los cuerpos mutilados, el nerviosismo constante y la demencia siguen allí.
Los chicos ya dejaron atrás sus travesuras infantiles, son adultos de sueño pesado que olvidaron haber sido dioses alguna vez; las hormigas no lo saben y siempre se preguntan si los niños volverán a jugar a la guerra.

María de las Mercedes Rodríguez Puzo

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