Las gotas de sudor recorren todo mi cuerpo, mis ojos buscan
alocados una sombra. ¡Que calor! Son las tres de la tarde, pésima hora para una
entrevista. La calle Rastro es como el Sahara, sofocante –me imagino-. Una voz
suave rompe mi estupor. “¡Dobla a la izquierda y sube!”, me volteó y ella está
ahí, sin dientes, igualmente sudorosa.
Tendrá unos cincuenta años, es blanca, en extremo delgada, con
el pelo corto y canoso. No lleva ajustador y sus senos cuelgan tras un vestido
marrón con un tirante sujeto por un alfiler. Su imagen me oprime el pecho.
Entonces ella sonríe y me dice que aún no ha tenido suerte.
¿Cómo?, le pregunto curiosa. “Todos los días salgo a
trabajar pensando en el medio del desenvolvimiento y me lo encuentro. Miro hacia
el piso, nunca al frente y aparece. De medio en medio puedo coger una guagua
hasta mi casa en Altamira, las personas no los recogen cuando se les caen”.
Continúa a mi lado, ambas luchando contra el astro rey que
arde en la tierra y sobre nuestras pieles. Me habla de la hija, que dejó vencer
la dieta de la leche y ahora le toca a ella pelear en la Oficoda. Lleva dos meses sin
trabajar por una operación de la vesícula, pero ya se dio de alta, no puede
estar más así.
Sostiene el monólogo con la vista en el suelo y ocurre el
milagro, Patria y Libertad, la estrella solitaria ilumina su camino. El rostro
descuidado esboza una sonrisa, recoge la moneda, extrae un monedero de sus
senos y la coloca como el mayor tesoro. Admiro tanta fe, tanta voluntad para
subsistir. A partir de ahora dejaré en la calle los medios caídos.
María de
las Mercedes Rodríguez Puzo
bella
ResponderEliminarGracias amiga, me alegra saber que te gustó...
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