La memoria me traiciona, intento recordar el día exacto y no puedo. Fue por estas fechas, hace dos años ya. Iba camino al periódico, pensando en el chico que había dejado durmiendo en mi sofá. Algo cambió esa mañana, no sentía el estrés tras una semana de trabajo ininterrumpido, ni veía las casas devastadas menos los árboles caídos. En mí solo estaba la magia de su presencia.
Mi
cuerpo andaba por la avenida Victoriano Garzón rumbo a la parada de la 24
mientras mi mente le ponía asteriscos, estrellas, corazoncitos y luceros a la
palabra vida. En el mismo instante en
que me propuse pedir el último, un señor de camisa rasgada, sudoroso, miró los
edificios con la pintura rayada, la calle abandonada por los árboles, y suspiró
“¡Ay, la vida!”.
Reflexiono
sobre los encuentros que acontecen en Garzón, exactamente entre las calles
Pedrera y San Miguel, donde están los edificios de 18 plantas. Las personas no
solo esperan el ómnibus, la camioneta o el pici-corre que las trasladen, se topan
con amigos, vecinos y viejos conocidos, meditan, se alteran; discuten con los
de la cola si no aparece el último, les confiesan sus desgracias a algún
extraño. Un hombre se pega a una pared y orina bajo el cartel que indica SERÁ
MULTADO. Dos metros a la derecha los niños juegan a la pelota, y en el banco
de enfrente se besa una pareja.
Me
nace la duda, ¿qué había antes allí? Recurro a las Santiaguerías de Ramón Cisneros Jústiz, quien el 1ro de noviembre de 1981 publicó en el
periódico Sierra Maestra:
Cuando la avenida Garzón no era tal, sino la Entrada de El Caney, a
ambos lados se levantaban bohíos de cuje embarrado. Un día de los años del 10
al 20, el Ayuntamiento la bautizó avenida Victoriano Garzón en digno homenaje
al héroe nacido en la barriada. Por esos mismos años aparecieron tiendas de
víveres, carnicerías, panaderías.
Allá por los años de la Primera Guerra
Mundial, la transnacional refresquera Coca Cola instala su primera sucursal en
el mismo sitio (…) Si mal no recordamos hubo una pequeña talabartería con techo
de guano, propiedad de Jiménez Bastos. Al trasladarse la Coca Cola, el sitio fue
ocupado por una panadería propiedad de Soler –padre de nuestro novelista mayor
José Soler Puig- de cuyas manos pasó a otras hasta llegar al gallego Sinforiano
Cuesta, creador de las galleticas “cuerúas”. Con el tiempo esta panadería pasó a
la historia y se turnaron en el edificio una fábrica de mosaicos, luego un
hotelucho más tarde convertido en un edificio multifamiliar hasta su demolición
y ocupar todo el espacio un moderno servicentro de gasolina de un lado, en
tanto que el otro extremo era depósito de materiales de construcción (...)
En la década de 1980 comenzó la renovación de la barriada. Las casas e instalaciones desaparecieron para dar paso a la construcción de los
edificios de 18 niveles, que se alzan hoy como residencias multifamiliares
bajo los nombres Combate de Uvero, Cinco Palmas, La Plata, El Turquino y El
Jigüe. Ellos cinco integran el centro urbano Sierra Maestra y acogen alrededor de 2000 habitantes.
Vuelvo a recordar, ahora la noche del 27 de octubre de 1998,
cuando me asaltaron junto a mi papá, grité y nadie salió a ayudarnos, estaban
viendo la telenovela brasileña. También revivo la fiebre de oro que tuvieron
algunos -tipo película del oeste-, tras el hallazgo de una botija enterrada,
hubo quien se pasó días escarbando el terreno.
Aparece el muchacho que me miraba en la camioneta y antes de
bajarse me entregó un peso que tenía escrito “Me gustaste, su nombre y número
de teléfono. Llámame”. No pueden faltarme las subidas al parque con las amigas,
las charlas y risas de adolescentes bien entrada la noche; los besos y las citas, hasta
el día en que me dejaron embarcada y un loco me acosó.
Todo santiaguero, aunque lo sea solo de corazón, guarda una
historia, un recuerdo de este sitio, donde confluye la gente, ocurren milagros
o simplemente llega a tiempo la guagua.
María de las Mercedes Rodríguez Puzo
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