Espejuelos
de color gris: Visión del mundo que brinda la posibilidad de no considerar un
problema lo que no tiene solución.
Ernesto y
Pili.
Ojo a los plagiadores: la definición anterior fue creada y
acuñada por dos amigos a los que quiero mucho. Empleándola, ambos llevan una
vida tranquila y desestresada, diferente a la mía que intento desacreditar el
término. Quizás por eso me suceden cosas como ésta:
Domingo 8:00p.m.
Parada de Micro 9 en el Distrito Urbano José Martí
Mi hermana Danelys, 25 personas y yo esperando algún transporte
con destino al centro de la ciudad. Las guaguas desaparecidas. Arriba una
camioneta, el machacante grita ¡Ferreiro!,
Dane me mira dulcemente. “Coño negra, de
ahí a la casa hay que echar, ya vendrán más”, le digo. Pasa el tiempo y
nada, llega otra camioneta ¡Ferreiro dos
pesos!, y yo solo tengo $3.
Domingo 9:17p.m. El
mismo sitio
Mi hermana, pueblo cubano en parada combatiente –lo que se
traduce en unas 200 personas- y yo. “Negra, hay que inmolarse o no saldremos de
aquí. Démosle la puñalada a la gorda, cada una coge una moto y mi mamá las paga
en la casa”. Los motores vienen llenos, tres pasan vacíos, paran. “Hasta
Pedrera”, muy coquetas decimos. ¡Son $20! No, gracias, seguimos esperando.
Pienso en lo bien que me vendría encontrarme una botija de
oro. Compraría tres camiones, tiraría pasajes en esta ruta, prestaría servicios
las noches de domingo, cobraría $1.00CUP hasta Plaza de Marte y montaría gratis
a mujeres embarazadas, madres con niños pequeños, discapacitados y viejitos.
Una vez recuperada la inversión me haría de varias motos y sin importar el
horario y la distancia dentro de la ciudad serían $10. Me convertiría en el
Cristo del transporte público santiaguero.
Domingo 9:23p.m. Hay
tanta gente que no se distingue la caseta de la guagua
Dane casi sentada en el bordillo, 600 personas más –algunos
extrañamente piden el último para la 24-, y mis tripas sonando. Camión rojo a la
vista. ¡Arriba Ferreriro! Corremos,
empujamos, a codazos nos abrimos paso entre la multitud. Un espacito en el
banco derecho, ¡Siéntate, negra! Me
aprietan, sudo, alguien no se echó desodorante, menos mal que hoy no hay repelladores.
Recuerdo a Pili y Ernesto, crece en mí una lucha interna. Saco unos espejuelos
de color gris y me los pongo.
María de las Mercedes
Rodríguez Puzo
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