lunes, 17 de noviembre de 2014

Estoy enamorada de una chica


He decidido anunciarlo públicamente: estoy enamorada de una chica. Si ustedes la conocieran, y me refiero a las personas de ambos sexos, también sentirían la atracción.

Ella no vive en la isla de Lesbos, mas tiene la maestría que pienso tuvo Safo para enseñar. No sé explicar si llegué algo tarde a su vida, ya contaba con 28 primaveras, o ella demasiado pronto a la mía, igual nos acoplamos muy bien. Desde los primeros momentos de la relación compartimos todo: “Alexanders” en la barra del Club 300, un caribe insoportable, jamones ahumados y hasta una intoxicación por un pescado ciguato.
Admiro la voluntad con que hace las cosas y cómo se sacrifica ante mis necesidades, a veces me altero cuando se quita algo para dármelo, siento que se entrega demasiado. No reclama ni exige, tan solo da su amor.
Hace tiempo dejó de esperarme despierta en las noches. Me recibe a cualquier hora para hablar de sueños, tristezas, del día y hasta de los amantes. Solo me regaña por el constante reguero, aunque ambas respetamos nuestros espacios.
Adoro cuando estamos tendidas en la cama y acaricio el vello saliente de sus axilas y piernas, contar los puntos de sus cesáreas -Dios bendiga su vientre-, y el susurrarle al oído estos versos de Dulce María:
He aquí el primer canto que aprendí en la vida; el que aprendí naturalmente como la rosa en el rosal, en los labios de mi madre.
He aquí también los últimos cantos; los que aprendí después, ya no sé dónde.
A ella los vuelo todos, signados por su bautismal sonrisa, pastoreados por su paloma inicial e iniciadora.
A ella los vuelvo, y le digo que desde entonces esa paloma sigue volando por mi cielo, y que no hubo desgarrón, en todo este tirar de vida al viento, que no haya sido capaz de zurcir el leve, luminoso –nunca cansado de desovillarse- hilo de su ternura.

María de las Mercedes Rodríguez Puzo

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