Peter Pan se ha mudado a dos casas de la mía.
Al llegar, preguntó por el jefe de la tribu Picaninny, y lo mandaron con la Presidenta del CDR. Me
contaron que salió muy insultado cuando ésta le informó que debía pagar en
noviembre la cotización del año entero, más la Federación de Campanita y Wendy.
Dice Peter que no volverá al País de Nunca Jamás, la cosa está dura
por allá, y yo pensaba que en los cuentos de hadas no había problemas
económicos. “Desde que Garfio ganó
las elecciones todo ha cambiado. Mató al cocodrilo,
especie en peligro de extinción, y de su piel obtuvo la materia prima para una fábrica
de zapatos, carísimos.
“Luego, puso al contramaestre Smee como inspector de vivienda y
cobrador de impuestos, quien con su sonrisa y carita de tonto le decomisó la
casa a Tigrilla, pues la chica se
negó a dejarle caer algo”, relata el niño apenado.
Siento curiosidad por las sirenas. “A esas les ha ido peor, el
capitán abrió una empresa pesquera que suministra sus colas a inversores
extranjeros. Para colmo, también las asechan cazadores furtivos. Las sirenas han decidido
vivir en el fondo del océano y no emerger jamás. La única buena noticia es que
los Niños Perdidos recordaron sus
orígenes y fueron tras sus abuelos a tierras lejanas: Haití, España, Israel.”
El nuevo vecino ya se está
adaptando al barrio, cambió su traje verde por un overall de mecánico. Ahora
arregla carros, motos, bicicletas y hasta patines en su puerta. Lo veo maduro y
asentado, ayudando a Wendy en su negocio. ¿No lo saben? La chica inglesa trabaja
por cuenta propia, montó una cafetería donde vende un flan de leche riquísimo,
hecho con polvo de nuez moscada que le trae Campanita de sus vuelos
internacionales; el hada es azafata en Blue
Panorama.
María de las Mercedes
Rodríguez Puzo
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