Como casi todas las cosas mágicas que nos ocurren llegó inesperada la experiencia de volar. Traiciono a mi blog al hablar de ella, pero sería desleal no contarles…
Volemos mañana, la frase tan corta me quitó el sueño la madrugada del sábado. Subí en picicorre al Puerto de Boniato, un mirador natural ubicado a las afueras de mi ciudad, con una elevación de casi 2 000 pies por encima del nivel del mar.
Los chicos del Campeonato
Nacional de Parapente 2014 se lanzaban por las pendientes y se perdían en el
horizonte, yo moría de envidia ante la imposibilidad de imitarlos, solo había
un equipo biplaza y ya estaba reservado. Entonces él subió y me dijo vamos. Él,
Samuel Sperber, Mazorra entre los cubanos, Águila en el aire, la mejor pareja
de baile que he tenido. Me colocó la mochila, me dio los guantes y con una
sonrisa comentó algo que los hombres de esta tierra no suelen decir: Tú eres la jefa, a dónde y cómo quieras, yo
obedeceré. Estoy aquí para que te sientas bien.
Unió las sillas y al Ready?1,2,3
nos elevamos. Bajo mis pies estaba Santiago de Cuba, hermosa; ante mis ojos, la
libertad, el horizonte. Cuatrocientos noventa y cinco metros sobre la tierra me
hicieron perder la noción del tiempo. En medio del cielo, el cuerpo extraño a
mis espaldas me inducía a bailar la canción del viento, fuerte, maravillosa.
Aquel hombre me hizo sentir segura, hablaba de sus viajes, me explicaba los
siguientes pasos como pidiendo mi autorización mientras me transmitía una
confianza enorme.
¿Quieres girar? Sí. Sam movió las cuerdas y la
mitad derecha de la vela se plegó bruscamente, el peso de nuestros cuerpos cayó hacia la derecha. Cogimos velocidad y empezamos a girar, rápido, desafiando la fuerza centrífuga. Daba vueltas en el aire y sentía que mis pies eran la única parte pesada de mi cuerpo. Acabábamos de hacer una barrena.
mitad derecha de la vela se plegó bruscamente, el peso de nuestros cuerpos cayó hacia la derecha. Cogimos velocidad y empezamos a girar, rápido, desafiando la fuerza centrífuga. Daba vueltas en el aire y sentía que mis pies eran la única parte pesada de mi cuerpo. Acabábamos de hacer una barrena.
El
aterrizaje me atemorizó un poco, miré abajo y pensé que la tierra podría
tragarnos, -olvidé que andaba con un experto-. Sam cayó de pie, suave, y yo me
derretí en el suelo. Tenía unos deseos enormes de dormir, como si hubiese
liberado toneladas de endorfina. Los chicos se acercaron a preguntarme qué tal
mi primer vuelo. Habrá otros, fue mi respuesta.
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