"Eran las tres de
la tarde cuando mataron a Lola", dice el estribillo de una vieja canción, devenido en frase
popular de nuestra cubanía. Lo hemos escuchado y repetido tanto que ya nadie
siente curiosidad por Lola. ¿Quién era? ¿La asesinaron en verdad?
La primera pista la hallamos en la propia canción, el bolero
son del boricua Rafael Hernández, quien la grabó junto al cuarteto Machín en
Nueva York, el 27 de noviembre de 1935.
El incidente se recrea así: "Eran
las tres de la tarde cuando mataron a Lola… y dicen los que la vieron, que
agonizando decía: yo quiero ver a ese hombre
que me ha quitado la vida, yo quiero verlo y besarlo para morirme
tranquila."
Ciro Bianchi, el insigne periodista de Juventud Rebelde, en
un artículo sobre el caso, planteó que tal vez "La bella murciana",
célebre asesinato habanero acontecido a principios del siglo XX, pudo ser la
fuente de inspiración. La víctima, residente en la esquina de Nueva del Pilar y
Belascoaín, murió a manos del Doctor Edmundo Mas.
Se dice que en un discurso en 1948, el entonces Presidente
de la República Ramón Grau San Martín, mirando su reloj, dijo: "Las tres de la tarde, la hora en que mataron a Lola". De
este modo, la difunta quedó en la memoria histórica nacional.
No podemos afirmar con exactitud quién era Lola, a qué se
dedicaba, ni si fue un médico su perpetrador. Lo cierto es, que tan solo fue
otra víctima de la violencia de género, la cual tiene su explicación en los
roles tradicionales prescritos para cada sexo, que perpetúan la subordinación y
la desvalorización de lo femenino frente a lo masculino.
Lo más triste del caso es que es uno de los fenómenos sociales
más extendidos de nuestra época, analizado como un problema de salud complejo;
cuyo impacto advertimos tanto en situaciones de abierto conflicto como en la
resolución de problemas muy simples de la vida cotidiana.
Gritos, sacudidas, acoso sexual, violencia psicológica, la
limitación ante determinadas profesiones tradicionalmente ejercidas por varones,
el considerar a las féminas el sexo débil, la sobrecarga doméstica, y las
críticas hacia aquellas que asumen las mismas posturas del hombre en las
relaciones de pareja, pasan a diario ante nuestros ojos, aun cuando la Revolución Cubana
ha permitido que las mujeres conquistemos el espacio social que nos pertenece.
Aquí vale preguntarnos por qué las víctimas no hacen nada
para contrarrestar su estado. En la mayoría de los casos, no reconocen la
situación que están viviendo como violenta, por tanto ven los actos de abuso
como algo normal, propio de sus familias. Muchas creen en el amor romántico en
lugar de velar por su seguridad.
También está el temor a la censura social por la culpa que
han aprendido a sentir cuando son sobrevivientes de cualquier agresión, además
de la vergüenza y la humillación que sienten al hacerla pública; unidos a la
dependencia económica y los tabúes de ser una madre soltera o una mujer
divorciada.
Como seres humanos promotores de la paz, le debemos a Lola hallar
soluciones al problema. La primera podría ser apoyar a toda fémina que no puede
dejar a una pareja o a un familiar violento, aconsejarle pedir ayuda a los especialistas
de salud.
Además, forjar en niños y niñas actitudes respetuosas hacia
los sentimientos, el cuerpo y los derechos propios y ajenos, así como una
educación no sexista, pues representan al hombre y a la mujer del futuro.
María de las Mercedes Rodríguez Puzo
Buen articulo, no solo en Cuba hal lolas que mueren como causa de esta visión del pesamiento patriarcal el cual desencadena en la violencia, aquí en mi país Nicaragua ya para septiembre son 52 lolas las que han muerto en casos de feminicidios, esto tiene que parar y todos somos responsables de que esto suceda.
ResponderEliminarAsí es, pero no solo la violencia física que lleva al asesinato, peor es la silenciosa, esa psicológica que se esconde en la sobrecarga doméstica. Ayer mientras me arreglaba las uñas, la manicurí y otra clienta se quejaban de que estaban agotadas por el exceso de trabajo y que no recibían ayuda en la casa, y para colmo cuando solo querían dormir, los maridos le exigían tener sexo. Esta es la más común y hacemos muy poco para contrarrestarla. Desde nuestras instituciones debemos incrementar los talleres de género para ambos sexos con una óptica liberadora y equitativa.
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