lunes, 6 de mayo de 2013

¡Pedrera tiene un aché…!


Para Rosita y aquellos (as) que no olvidan sus raíces


Mi abuela siempre me decía "Pedrera tiene tremendo aché, nadie quiere dejar el barrio", y como en casi todo lo que planteaba, estaba en lo cierto. Aquellos que se casan con personas ajenas a la zona, aun teniendo vivienda - hasta independiente en algunos casos-, terminan retornando a la céntrica calle. Incluso, los que deciden salir del país vienen siempre en sus vacaciones, y afirman que su vejez transcurrirá en el sitio de su infancia.


Para los que no conocen el término aché, significa en lengua yoruba suerte o energía positiva, algo así como el carisma que define a Pedrera, si es que el adjetivo puede añadirse a una arteria. Ésta comienza en la Avenida Victoriano Garzón y culmina en el reparto Flores, atravesando Portuondo.
Cuando mi abuela se mudó a la zona, hacia el año 1944, todo pertenecía a Doña Rosa Paula Rodríguez Silva, viuda de José María Portuondo. Según cuenta Lidia Tamayo, una de sus descendientes, José provenía de Islas Canarias y era el propietario del reparto. Ambos residían en la vivienda más antigua, hoy Pedrera #204.
Tras el fallecimiento del marido, Doña Rosa se dedicó a arrendar los solares de la parte alta, ubicada entre Heredia y Enramadas, siendo los Magallanes uno de los primeros moradores, seguidos por el matrimonio de Francisco Moreno e Isabel Figueras. En aquel entonces la parte baja se componía de vaquerías, zanjones y pantanos.
El 15 de marzo de 1926, bajo la influencia del Grupo de Libre Pensadores “Víctor Hugo”, al que pertenecía Don Emilio Bacardí, la calle adoptó el nombre de General Prudencio Martínez, en honor al General de Brigada en las tres guerras de Independencia contra el colonialismo español, y amigo entrañable de los Maceo y Grajales, quien vivió de 1844 a 1919. 
Quizás la influencia del mártir sanluisero fue más allá de la dirección, ya que desde que tengo uso de razón el barrio se caracteriza por las trascendentales disputas de los Magallanes, "Los Bastantes" como les decimos, pues contribuyen con un niño anual a la natalidad provincial.
Recuerdo un día que conversaba por teléfono con Zenia, una compañera de la universidad, y los Magallanes comenzaron a fajarse. Aquello parecía una escena de la serie Espartaco, y yo, como buena periodista que pretendo ser le informé a mi semejante los detalles de la batalla: los de adelante con un perro, cadenas y piedras, contra los de atrás armados con palos. No se asusten, solo pelean entre ellos, y nunca hay derramamiento de sangre.  
 
El tiempo pasó, aumentando la densidad poblacional de Santiago de Cuba y con ella la extensión de las viviendas. De solares y vaquerías, Pedrera se transformó  en una barriada popular de clase media baja, con moradores atentos al sentir del vecino, y dispuestos a ayudar siempre al foráneo, en fin, ejemplo de la solidaridad y el calor caribeños.
Tristemente, la belleza de la arteria acaba en su último tramo, ubicado en 8 y 9 de Flores, una calle sin asfaltar, donde desechos sólidos hacen el pavimento y puede encontrarse algún salidero de agua.
Fuera de las peleas entre familias numerosas, la zona es bastante tranquila. Los niños juegan en la calle a cualquier hora, los hombres siempre en el dómino o defendiendo a su equipo de pelota favorito, y en las noches calurosas la gente se sienta en los portales.
¿Costumbres? El cubo de agua arrojado a la calle cuando culmina el 31 de diciembre tras la cena compuesta por cerdo asado, congrís, ensalada mixta y alguna vianda con mojo, y el arrollar con la conga de Los Hoyos al pasar por Aguilera.
 



La madrugada del 25 de octubre de 2012 durante el paso del huracán Sandy los habitantes de  la barriada demostraron su altruismo: en medio de la ventolera muchos abrieron sus casas para que otros se refugiaran y hubo quien salió a prestar ayuda. Al salir el sol, niños, jóvenes y viejos amontonaron los escombros en las esquinas, los más fuertes se treparon a los techos, y los que no sufrieron pérdidas materiales colaron café y dieron albergue.
Así es Pedrera, bulliciosa a cualquier hora, alegre, llena de chismes e historias, con sus baches memorables, pero encantadora como Cuba entera.


María de las Mercedes Rodríguez Puzo

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