Para Rosita y aquellos (as) que no olvidan sus raíces
Mi abuela
siempre me decía "Pedrera tiene
tremendo aché, nadie quiere dejar el barrio", y como en casi todo lo
que planteaba, estaba en lo cierto. Aquellos que se casan con personas ajenas a
la zona, aun teniendo vivienda - hasta independiente en algunos casos-, terminan
retornando a la céntrica calle. Incluso, los que deciden salir del país vienen
siempre en sus vacaciones, y afirman que su vejez transcurrirá en el sitio de
su infancia.
Para los que no conocen el término aché, significa en lengua
yoruba suerte o energía positiva, algo así como el carisma que define a
Pedrera, si es que el adjetivo puede añadirse a una arteria. Ésta comienza en la Avenida Victoriano
Garzón y culmina en el reparto Flores, atravesando Portuondo.
Cuando mi abuela se mudó a la zona, hacia el año 1944, todo
pertenecía a Doña Rosa Paula Rodríguez Silva, viuda de José María Portuondo. Según
cuenta Lidia Tamayo, una de sus descendientes, José provenía de Islas Canarias
y era el propietario del reparto. Ambos residían en la vivienda más antigua,
hoy Pedrera #204.
Tras el fallecimiento del marido, Doña Rosa se dedicó a
arrendar los solares de la parte alta, ubicada entre Heredia y Enramadas,
siendo los Magallanes uno de los primeros moradores, seguidos por el matrimonio
de Francisco Moreno e Isabel Figueras. En aquel entonces la parte baja se
componía de vaquerías, zanjones y pantanos.
El 15 de marzo de 1926, bajo la influencia del Grupo de
Libre Pensadores “Víctor Hugo”, al que pertenecía Don Emilio Bacardí, la calle
adoptó el nombre de General Prudencio Martínez, en honor al General
de Brigada en las tres guerras de Independencia contra el colonialismo español,
y amigo entrañable de los Maceo y Grajales, quien vivió de 1844 a 1919.
Quizás la influencia del mártir sanluisero fue más allá de la dirección, ya que desde que
tengo uso de razón el barrio se caracteriza por las trascendentales disputas de
los Magallanes, "Los Bastantes" como les decimos, pues contribuyen con un niño anual a la natalidad provincial.
Recuerdo
un día que conversaba por teléfono con Zenia, una compañera de la universidad, y
los Magallanes comenzaron a fajarse. Aquello parecía una escena de la serie
Espartaco, y yo, como buena periodista que pretendo ser le informé a mi semejante los detalles
de la batalla: los de adelante con un perro, cadenas y piedras, contra los de
atrás armados con palos. No se asusten, solo pelean entre ellos, y nunca
hay derramamiento de sangre.
El tiempo pasó, aumentando la densidad poblacional de
Santiago de Cuba y con ella la extensión de las viviendas. De solares y
vaquerías, Pedrera se transformó en una barriada popular de clase media
baja, con moradores atentos al sentir del vecino, y dispuestos a ayudar siempre
al foráneo, en fin, ejemplo de la solidaridad y el calor caribeños.
Tristemente, la belleza de la arteria acaba en su último
tramo, ubicado en 8 y 9 de Flores, una calle sin asfaltar, donde desechos sólidos hacen el pavimento y puede encontrarse algún salidero de agua.
Fuera de las peleas entre familias
numerosas, la zona es bastante tranquila. Los niños juegan en la calle a
cualquier hora, los hombres siempre en el dómino o defendiendo a su equipo de
pelota favorito, y en las noches calurosas la gente se sienta en los portales.
¿Costumbres? El cubo de agua arrojado a la calle cuando
culmina el 31 de diciembre tras la cena compuesta por cerdo asado, congrís,
ensalada mixta y alguna vianda con mojo, y el arrollar con la conga de Los
Hoyos al pasar por Aguilera.
La madrugada del 25 de octubre de 2012 durante el paso del
huracán Sandy los habitantes de la barriada demostraron su altruismo: en
medio de la ventolera muchos abrieron sus casas para que otros se refugiaran y
hubo quien salió a prestar ayuda. Al salir el sol, niños, jóvenes y viejos
amontonaron los escombros en las esquinas, los más fuertes se treparon a los
techos, y los que no sufrieron pérdidas materiales colaron café y dieron
albergue.
Así es Pedrera, bulliciosa a cualquier hora, alegre, llena
de chismes e historias, con sus baches memorables, pero encantadora como Cuba
entera.
María de las Mercedes Rodríguez Puzo
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