La primera estación es cuando al
pasar por la panadería de Aguilera y San Miguel en lugar del delicioso olor a
pan recién cocido, el horno me abofetea con un aroma agrio, penetrante. Lo peor
es saber que ese pan espera en casa, puede ser mi cena de hoy o el desayuno de
mañana...
Llego y el pan no está, ¡qué alivio!
Temprano compraré un pan especial, que cuesta $3.50CUP en la panadería y en la
calle vendedores ambulantes lo ofertan a $5.00CUP.
Con el sol sale también mi
esperanza, acompañada de pregones “El pan
especial, el buen pan caliente y la buena mantequilla”. Entonces, mi vecino
Jorge, reencarnación de Simón el Cirineo, interrumpe mi anhelada compra: “Mari, no hace falta, el pan vino tarde
anoche y te lo guardé, ahora mismo lo busco”.
Ya en la mesa, frente al recién
colado café Hola o debo aclarar una
mezcla de chícharo y residuos de café, y el pan con mantequilla –gracias a Dios
tengo la bendición de poder comprarla a $13.00CUP la barrita- construyo la
undécima estación de este vía crucis. Yo misma subo a una cruz que he de vivir
a diario.
Antes estaba adaptada a que el pan
no tuviese el gramaje requerido o le faltase grasa, pero lo toleraba porque
todos tienen que “luchar y sobrevivir”. Ahora, el problema va más allá de su tamaño
y textura, radica en el mal sabor que lleva a preguntarme ¿con qué harina lo
hacen? ¿Será de boniato, de yuca?
**El pan de la bodega, adquirido a través de la Libreta de Abastecimiento o
Canasta Básica Familiar, cuesta $0.15CUP con servicio a domicilio incluido y
toca uno por persona cada día**
María de las Mercedes Rodríguez Puzo
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