Estas son vivencias ajenas que sus
protagonistas han decidido compartir, aunque podrían haberle ocurrido a
cualquier habitante de Santiago de Cuba…
En 1999 salía una guagua del parque Céspedes al Castillo San
Pedro de la Roca
o Morro en el horario del Cañonazo, la idea era que los clientes observarán la
ceremonia mambisa y recorrieran la fortaleza por un precio bastante módico a la
época. Mi novia y yo cuadramos con un grupo de amigos para ir.
Frente al Museo de Ambiente Histórico Cubano o Casa de Diego
Velázquez estaba parqueado un ómnibus grande, lindo, con asientos altos,
cómodos, quizás tendría unos 20 años de explotación. Todos lo miramos y dijimos
“Esa no debe ser la nuestra, seguro es de turismo, vamos a esperar”.
Arribó una guagua Girón fea y destartalada, cuyo tubo de
escape atentaba contra el Protocolo de Kyoto y nuestros pulmones. Nos pusimos de pie
con un “Gente, llegó la guagua”. Al acercarnos el chofer nos miró asombrados.
“Se equivocaron, yo recojo personal de empresa”, dijo. Entonces, del bus hermoso y cuidado
salió el conductor “Muchachos, ¿van para el Morro? Esta es su guagua”. Acostumbrados a que todo lo bueno sea para los extranjeros cómo pensar que nos tocaría un transporte confortable, se cuestiona Manuel...
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